Dos árboles y una leyenda se fusionaron en la ultima expedición que me llevó a lo profundo de un cañadón formado en las rocas más antiguas de Perú (complejo basal costero), suelos con 1862 millones de años de antigüedad, para encontrar un sobreviviente y pequeño relicto de huacanos (Morella pavonis) y siete kilómetros de un olvidado bosquete de olivos centenarios de hasta cuatro siglos, donde personajes legendarios coloniales y cronistas nos cuentan la importancia del pequeño puerto de Quilca en el siglo XVI.
Desde hace más de veinte años vengo siguiendo el rastro al “Huacano” un árbol, cuyo nombre científico es Morella pavonis (antes Myrica pavonis), este no se encuentra registrado oficialmente para el Perú, sin embargo en estos últimos años, junto a un fabuloso equipo de profesionales y apasionados por la investigación del Serfor Moquegua y Tacna, además de otros investigadores como el Dr. Daniel Montesinos Tubeé, hemos logrado hallar varios y conseguimos que acepten incluir a la especie en la lista de flora categorizada del Perú en su próxima edición y vamos por más.
El Huacano, también conocido como Huacán en Arequipa o Carza en Arica y Tarapacá, se halla actualmente en zonas con poca presencia humana y cerca de algún cuerpo de agua. Hablar o escribir de Morella pavonis tomaría el equivalente a una tesis, pues a pesar que se encuentra olvidado, la historia y los nombres de muchos lugares de los departamentos de Tacna (Huacano Chico o Alto Huacano), Moquegua (Huacanal) o Arequipa (Huacán Huacán), nos habla de lo importante de esta especie en los ecosistemas de hace miles de años y del pasado del hombre.
En algunos lugares como en la Hacienda Osmore, del valle del mismo nombre en Moquegua, fundo al que solo se accede cruzando más de cincuenta veces el río y en camioneta todo terreno, podemos hallar olivos centenarios y huacanos a una distancia relativamente corta, lo mismo sucede en la inexplorada quebrada Cauñani de Tacna. Esta semana pasada, hallamos esta complicidad de árboles en la parte más baja del valle del río Vitor en Arequipa, en un sector próximo al encuentro con el río Siguas, desde donde se forma el río Quilca, que le otorga nombre a este distrito, es el más austral y menos poblado de la provincia de Camaná en Arequipa.
Para llegar a este sector de Hucchas también llamado Uchas y el caserío de Huañamarca, pude reunir algunos datos que en esta última década he ido sumando, conversaciones y evidencia histórica, incluyendo leyendas. Desde el 2006, junto al investigador de la historia del olivo, Gianfranco Vargas Flores, hemos podido acceder a lugares inhóspitos, en varios puntos del sur del Perú, donde pudimos hallar árboles de olivo de hasta cuatro siglos, datación realizada con el método Santander a través de Sudoliva y con el apoyo de instituciones académicas como la Universidad Politécnica de Madrid. Esta apasionante investigación me ha permitido visitar varios olivares centenarios de Arequipa, Moquegua y Tacna; Vargas Flores ha trascendido las fronteras en la investigación de Sudoliva y ha integrado varios a países en esta fiebre por la oleoculturización.
Un primer dato de estos olivares de Quilca - Vitor, me la manifiesta en el año 2011 don José Giglio Varas, quien durante una conversación en un evento junto al museólogo Luis Repetto Málaga y especialista en ferrocarriles Elio Galesio mientras se realizaba un conversatorio sobre la Estación Ferroviaria de Tacna, charlando a propósito de la obra de Giglio: "Tacna y Arica; entre vinos y aguardientes”, menciona que la vid y el olivo no podían estar separados en la historia colonial y que en su investigación cruzó información con el historiador camanejo Augusto Mogrovejo, quien le comentó que la parte alta del río Quilca, aquella cuyo camino desde el puerto ha sido devorado por las crecidas y el tiempo, están los olivares más antiguos del Perú, tomando como referencia un mito del navegante español Francisco de Camargo.
Esta leyenda relata que Francisco de Camargo llega a Quilca en 1540, que en ese momento era el único puerto del sur del virreinato de Perú y que debido a algunos problemas en su viaje iniciado en Sevilla y cruzando por el canal del Beagle (al sur del estrecho de Magallanes), le urgía llevar mercadería a Arequipa, Cuzco y Alto Perú. En esta coyuntura sucedía la guerra civil entre conquistadores almgristas y seguidores de Francisco Pizarro, por lo que Camargo, quien ya había explorado en Valle de Quilca - Vitor decide esconderse, establecerse y dedicarse al cultivo de olivos, en esas zonas casi inaccesibles.
Posteriormente y ya con evidencia tangible, el cronista Cieza de León en su obra “Crónica del Perú” (1553), afirma sobre la importancia de Quilca como puerto en el Capítulo V de su obra; “Corriendo la costa adelante deste puerto se va hasta llegar al río de Ocona. Por esta parte es la costa brava; más adelante está otro río, que se llama Camana, y adelante está también otro, llamado Quilca. Cerca deste río media legua está una caleta muy buena y segura y a donde los navíos paran. Llaman a este puerto Quilca, como al río; y de lo que en el se descarga se provee la ciudad de Arequipa, que está del puerto diez y siete leguas. Y está este puerto y la misma ciudad en diez y siete grados y medio”.
Además, Cieza de León en el mismo libro, relata sobre la vocación del territorio para la plantación de olivos en estos valles, en el Capítulo CXII: “Paréceme a mí que si traen enjertos dellos (olivos) para poner en estos llanos y en las vegas de los ríos de las tierras, que se harán tan grandes montañas dellos como en el ajarafe de Sevilla y otros grandes olivares que hay en España. Porque si quiere tierra templada, la tiene; si con mucha agua, lo mismo, y sin ninguna y con poca. Jamás truena ni se ve relámpago, ni caen nieves ni hielos en estos llanos, que es lo que daña el fruto de los olivos”.
La evidencia histórica, plasmada por varios investigadores, sobretodo Inca Garcilazo de la Vega (1609) y Bernabé Cobo (1653), coinciden que los primeros olivos que llegan al Perú, sucede de la siguiente manera: “El primer olivo es traído al Perú por Don Antonio de Ribera en el año de 1560. El acaudalado Ribera había participado activamente en las guerras civiles de los españoles en los primeros años de la conquista del imperio inca. Regresó a España en 1557 con las maletas llenas de oro, para finalmente regresar al nuevo mundo en 1560 trayendo consigo varias estacas de olivos seleccionados. De las estacas de olivo tan solo llegaron tres en buen estado, por lo que Don Antonio dio indicaciones precisas para ubicarlas en su huerto y encargó cuidado exclusivo a uno de sus criados.
En esa época los plantones traídos de Europa eran muy preciados y sus primeros frutos eran celebrados por los vecinos de la capital. Así, no es extraño que los primeros olivos y su crecimiento eran motivo frecuente de conversaciones en los primeros círculos limeños y había constante atención y visitas en el huerto de Don Ribera.
Pero en esta parte de la narración es que sucede algo anecdótico. Un día en que Don Antonio fue a visitar como de costumbre su huerto, reparó que una de las estacas había desaparecido. El español montó en cólera y desterró a su criado. Con guardias y esclavos buscó por todos lados y finalmente ofreció recompensa a quien le diera información del olivo perdido”.
El investigador camanejo Milton Zevallos Vergara, cita que “según el cronista Mendiburu, la estaca robada tuvo paradero final en Camaná, en donde creció y dio origen al cultivo de olivos en nuestro valle. Podemos decir entonces que Camaná vino a ser la segunda ciudad del virreinato en que se cultivó este cotizado árbol.” Sin embargo no da más detalle de la fuente, suponiendo, hace referencia al general e historiador Manuel de Mendiburu, en alguno de los tomos de “ Diccionario histórico-biográfico del Perú”, el cual estoy revisando.
Considerando que Quilca era el único puerto del sur en el siglo XVI y suponiendo que la información de Mendiburu sea cierta, y que los olivos llegaran por mar, antes de establecerse en Camaná quizás se habrían reproducido plantones en el Valle de Quilca, si es que la leyenda de Camargo no fuera verídica, esta hipótesis tendría fuerza, en el supuesto que hayan sido directamente llevados al valle de Camaná para multiplicarse, pronto llegarían a Quilca y más al norte en Ocoña y Chala. Sin embargo actualmente los cultivos de olivo en el Valle de Camaná han desaparecido. No obstante, hay que resaltar que Cobo y Garcilazo mencionan Chile (¿Acaso Chili —Quilca, el valle? ) Como destino final del Olivo en incluso mencionan distancia en leguas, pero que no coinciden con el Valle Chili - Vitor - Quilca.
El investigador Eduardo Dargent Chamot, nos describe también sobre Quilca y olivos, en su obra “Olivos y Olivas en la historia del Perú” (2021) citando a Antonio Raimondi, quien relata su travesía por estos valles y ya en el siglo XIX, describe olivares antiguos.: “Raimondi sube luego hasta Puno, donde recorre las orillas del lago Titicaca y después de visitar otros lugares en la sierra inicia el regreso a la costa desde Ayacucho, y llega al valle de Vitor, desde donde, pasando por Siguas llega a Camaná. Comenta que luego de cruzar el río del “estrecho valle de Siguas”, subió a una pampa árida, desde donde bajó al “fértil valle de Camaná”. De esta última parte del viaje explica que allí vio sus antiguos olivares y hasta recorrió “los bosquecillos interpolados con casitas y sembríos” (Raimondi, 1879: 234)”.
Posterior a la visita de Raimondi al Valle de Quilca, El sector Hucchas, se cita el relato del doctor José María Morante, que « nos narra un pasaje triste para los Quilqueños, por intervención de la armada chilena, así tenemos que en 1880 los buques enemigos “Pilcomayo” y “Tolten” bloquearon el puerto el día 02 de noviembre y un tal “Calderón” telegrafió a la prefectura de Arequipa en el sentido de que el día anterior, en uno de los buques indicados, salió un emisario parlamentario que desembarcó a las dos p.m. para notificar a sus pobladores en su desocupación de sus viviendas, dando un plazo de cinco minutos procedimiento posteriormente el invasor a incendiar almacenes, casas particulares y rancherías del puerto.
No contentos con esto se fueron al pueblo incendiando sus viviendas bajando luego al valle, incendiando sus anexos como Pueblo Viejo, el Platanal, Uchas, (Hucchas) Quiroz, Higueritas y Monte grande como a las seis de la tarde todo Quilca se convirtió en cenizas por manos criminales, dejando a los Quilqueños a la intemperie luchando contra la cruda naturaleza. »
Una vez más tomando la obra de Dargent y esta vez haciendo mención a la publicación del marino e historiador peruano Rosendo Melo: “Publicado en Lima en el año 1906, el Derrotero de la Costa del Perú, es uno de esos libros que no dejan de sorprender por lo detallado de las descripciones de las puntas, bahías, puertos y morros de la costa acompañado de ricas opiniones sobre los regímenes de agua, la producción de cada valle y demás detalles propios de un historiador y geógrafo destacado. Completa la obra una serie de dibujos, cortes y fotografías que cubren el litoral peruano de frontera a frontera.
Al recorrer la costa arequipeña, Melo menciona los olivos muy brevemente. Al tratar de Ocoña dice “El valle es ancho y fértil, siendo olivos y vides lo que en mayor escala se cultiva” (241). Sobre Camaná es igualmente escueto y se contenta con mencionar que “el valle es bastante fértil, productor especialmente de olivos, alguna caña, vides y cera vegetal silvestre” (1906: 243).
Más al sur, vuelve a mencionar los olivos al describir el puerto y alrededores de Quilca. En este caso, sí da Melo un dato adicional, que aporta a la historia de los olivares arequipeños. Luego de mencionar que, desde Quilca, se puede ver algunas veces asomar la cima aguda del Misti, completa la descripción refiriendo que “El principal producto de este valioso valle es el olivo, que por desgracia en el último año ha estado sufriendo una enfermedad que los seca” (1906: 245).”
Quilca fue el principal puerto de Arequipa hasta 1826, luego que Santa Rosa de Islay fuera construido. Quilca va perdiéndose paulatinamente en el olvido, al carecer de vias de comunicación terrestre y aislarse durante casi cien años, es con creación de las irrigaciones Majes y Siguas que se refuerzan nuevos accesos al valle y se aperturan también caminos zigzagueantes para arrieros que descienden abruptamente desde las de las pampas de Majes y Siguas, convirtiendo estos lugares de Huañamarca (cerca al encuentro de los ríos Siguas y Vitor, donde nace el río Quilca) y Hucchas en destinos muy difíciles de acceder.
En mis innumerables conversaciones con Ernesto (Tito) Trabucco, empresario tacneño y gran conocedor de los olivares del sur del Perú, me comenta que el año 1982, debido al fenómeno El Niño, no hubo producción de aceitunas y estando en Yauca, recibe el dato que los únicos olivares que habían producido eran unos añosos árboles que eran más antiguos que los de el valle yauquino en incluso que los de Ilo, se referían a los olivares de Vitor y Quilca, a los que solo se accedía por un zizaguenate camino desde la pampa hacia un pequeño pero profundo cañón, Tito me cuenta que se comercializaron esa vez cerca de cuatro mil kilos de aceituna a las familias Torres y Ribera, el dato de los olivares más antiguos fue resaltado varias veces por los yauquinos.
Este año tuve la suerte de conocer a Rubén Aguilar comunicador social y majeño de corazón, quién conocía la existencia de estos olivares y me contacta con Victor Hugo Zegarra, empresario y gran conocedor de la zona, quién ya había estado en el lugar el cual me facilita información y algunos datos importantes para llegar. Se programó junto a representantes y especialistas de la autoridad competente en la datación de árboles, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre, SERFOR que en Arequipa ha realizado diversas campañas para el reconocimiento de árboles patrimoniales y se inicia la expedición a esta zona remota.
Luego de cruzar Santa Rita y la Pampa de Siguas en vehículo todo terreno, llegamos al punto de reunión cercano a una antigua capilla y previo al descenso, aún las camanchacas (neblinas) estaban cubriendo el profundo valle, sin embargo se disipó en menos de una hora. Con cierta dificultad por la pendiente del terreno, y casi doscientos zigzag, llegamos luego de dos horas de bajada al río Vitor en el sector Las Haciendas.
Desde el primer momento tuvimos contacto con viejos olivos cerca a un antiguo horno. Caminamos hacia río arriba por un sendero donde, a lo lejos vimos a un poblador que se encontraba al otro extremo del río, nuestro amigo se llamaba Antonio Torres, conversamos brevemente y nos indica cómo llegar a lo que él considera una zona de interés de los olivos más añosos y se encontraba “el gringo”, su hermano Emilio Torres. Es así que en el trayecto, hallamos a Zacarías, quien lleva 30 años aquí trabajando para la familia y nos conduce a la zona donde reside eventualmente Emilio Torres quien se convierte en nuestro anfitrión.
Emilio nos cuenta que estos olivares pertenecieron a su abuelo Marco Torres Paz, posiblemente heredado del abuelo de este, don Agustín Paz. Aquí vivían varias personas, además de las excelentes aceitunas, se cultivaban frutales, hortalizas, tubérculos, hasta trigo. Lamentablemente las irrigaciones iniciadas en las pampas de Majes y Siguas en los años cuarenta y las ampliaciones en los sesentas, han generado impactos en los valles, como lo evidencia un estudio del 2008 realizado por el ingeniero Victor M. Ponce, “Las irrigaciones de La Joya y San Isidro-La Cano, en Arequipa, Perú, han producido una serie de impactos hidrológicos y ambientales en el valle adyacente de Vítor. El mayor impacto consiste en el aumento de la salinidad del río Vitor, como resultado de la contaminación con aguas de retorno de las irrigaciones. Otro impacto importante lo constituyen los deslizamientos de los taludes, los que se han producido en el sector Pie de Cuesta en 1975, en el sector La Cano 2007, y en otros lugares”.
Emilio, nos cuenta que el impacto ha disminuido, posiblemente por el reemplazo de sistema de riego por gravedad al sistema por goteo en las irrigaciones. No obstante durante varias décadas se han reportado olivos estresados, que empezaron a secarse, los árboles más antiguos también se vieron afectados, siendo talados y aprovechados por los nefastos carboneros. Además se evidencia la disminución en cantidad y calidad de camarones, así como la desaparición de peces lisas y otros. El daño causó pérdidas emigración, por lo que formaron un Frente de Defensa.
En el sector Huañamarca, hubieron olivos realmente enormes, pero además de la contaminación de las aguas y debido al mal funcionamiento del canal, se secaron y una vez más fueron presa de los carboneros, lo mismo sucedió en los sectores Huarango y Pampa Blanca. Especialistas del Serfor procedieron a realizar la medida de la circunferencia y altura de uno de los olivos cercanos a la vivienda de Emilio, el resultado es de 10.23 metros de circunferencia y 9.50 metros de altura. Hemos acordado realizar una segunda visita de dos días para recorrer hasta la zona de Sururuy, en cuyo recorrido, habrían olivos con mayores dimensiones. El olivo datado hasta hoy como el más antiguo de Perú se encuentra en Ilo y posee 11.70 metros de circunferencia y tiene 450 años.
Sin temor a equivocarnos creo que hemos llegado en un momento importante donde se hace necesario conocer más de la historia de los olivos en el Perú y generar más conciencia de la importancia de los árboles poco investigados como el Huacano y de árboles patrimoniales para la puesta en valor de varias localidades, así como convertirlos en herramienta para la educación ambiental y desarrollo del ecoturismo.
La historia de los olivos más antiguos del Perú y Sudamérica, se sigue escribiendo y se proyecta a un gran producto turístico con la elaboración y diseño de rutas del olivo que iniciara Sudoliva el 2018 en Ilo.
La información relacionada a Francisco de Camargo, requiere mayor análisis y evidencia histórica comprobada, que pueda contrastarse con la datación científica de los árboles del sector.
No olvidemos a la aceituna tan arraigada a nuestra gastronomía y al aceite de oliva que son los que directamente se relacionan al hombre hace milenios y en el Perú hace casi cinco siglos, y está insertada en nuestra gastronomía y en nuestra cultura.
La oleoculturización, es decir el conocimiento sobre aceites, en especial el aceite de oliva nos permite ramificar las disciplinas y desde estos nuevos enfoques, buscar mecanismos para hallar un equilibrio armónico de valoración y aprovechamiento de lo tangible e intangible.
1 comment:
he leido su articulo , que es muy interesante y valioso porque revalora a los arboles,en esta ciudad de Arequipa donde los municipios los podan severamente sin justificacion tecnica debemos darles la importancia que merecen
creo haber visto a ese arbol M pavonis en el monte ribereño del rio Chili por la avenida La Marina
gracias nuevamente y seguiremos leyendo con detenimiento sus interesantes publicaciones
Post a Comment